Existen imágenes que son juzgadas conflictivas,
ofensivas o heterodoxas, unas representaciones incómodas que pueden molestar,
irritar o escandalizar a algunas personas, que a veces poseen poder para
prohibirlas o confiscarlas. La censura icónica es la consecuencia de la eficacia
emocional de las imágenes, de su capacidad turbadora.
Las imágenes figurativas nacen de un compromiso
inestable entre lo perceptivo y lo simbólico, entre lo óptico y lo cultural.
(lo sensorial precede biológicamente a lo conceptual pues aprendemos antes a
mirar que a leer).
En el seno de la Iglesia Católica, tras la
controversia iconoclasta, la imagen religiosa se convirtió en una imagen
autoritaria en el sentido civil y jurídico de auctoritas, de representación
legítima del poder al que los fieles debían acatamiento. Pero pronto pudo
comprobarse que para algunos artistas el tema religioso no era más que un
pretexto para su experimentación formal o para cultivar el exhibicionismo
erótico (caso de Salomé o Adán y Eva). Es decir, que a pesar de la severa
vigilancia eclesiástica, algunos artistas inquietos o ingeniosos encontraron la
forma de proponer formas y representaciones turbadoras o heterodoxas, a veces
de modo sutil y subrepticio, que daba pie a inquietantes equívocos.
Como ejemplo paradigmático de invención artística
que desemboca en una transgresión herética tenemos la secuencia fotográfica de
cinco encuadres de la obra Santa Cena
(Renée Cox, 2001):
En ella los apóstoles son modelos negros y el lugar de
Jesucristo estaba ocupado por una mujer desnuda. Esta obra provocó la protesta
pública y la amenaza del entonces alcalde católico de Nueva York, Rudolph
Giuliani.
Una de las estrategias más conocidas de la lucha de
iglesia primitiva contra la heterodoxia iconográfica consistió en asimilar y reconvertir muchos símbolos
paganos, incorporándolos a su caudal icónico, investidos a veces con un nuevo
sentido. Por citar un ejemplo, la iconografía de Abel llevando el cordero del sacrificio
sobre los hombres, en quien se ha visto un precursor de Jesús como el Buen
Pastor del arte paleocristiano, procede del dios pastor Hermes Krióforo
(portador de carnero).
Un buen ejemplo de laboriosa invención iconográfica
transcultural lo suministró las figuras de los ángeles y de los demonios, que
no fueron sujetos exclusivos de la cultura cristiana. Los personajes alados
abundaron en la mitología pagana (las alas de la Victoria de Samocracia o los
cisnes de los celtas se convirtieron en las alas de los ángeles).
El caso del demonio fue muy distinto, y, siguiendo
el principio metonímico que expresa lo físico por lo moral, fue casi siempre un
personaje físicamente repugnable, salvo cuando adoptó disfraces engañadores,
como cuando se representó tentando a
Cristo en el desierto vestido de fraile. El Satanás antropo-zoomorfo
tradicional del arte cristiano (con pezuñas, rabo, alas de murciélago de ángel
caído, etc) derivó de los monstruos paganos egipcios y persas, además de los
lujuriosos sátiros griegos.
El demonio pasaría a estar investido, para los
creyentes, de una turbadora ambigüedad que la ortodoxia se resistía a admitir.
Entre los mejores ejemplos iconográficos de tan turbador atractivo figurarían
los carteles del nacional-catolicismo franquista en contra de los bailes
modernos, donde los jóvenes de ambos sexos aparecían bailando felizmente con el
diablo:
La iconografía religiosa cristiana tuvo que
plantearse, en diversas ocasiones, el problema de la representación del cuerpo
desnudo, para ser fiel a las fuentes doctrinales, pero tratando de que su
imagen no resultara ofensiva o fuese reprobada por las autoridades
eclesiásticas.
El primer reto (o la primera invitación) para
representar plásticamente el desnudo provino de la leyenda de Adán y Eva. Adán
representaba, según la ortodoxia, el principio de la bisexualidad o de la
androginia, porque de su cuerpo surgiría posteriormente Eva. Pero este origen
plantea un problema para su representación, pues si Adán no nació de madre
humana, debió carecer de cordón umbilical y, por lo tanto de ombligo. Son por
tanto, licencias naturalistas.
Otro tema que permitía la efusión hedonista era la
de Salomé, la hija de Herodías que bailó ante Herodes una danza lasciva y que
pese a que la tradición pretende que bailó desnuda, ha visto su cuerpo cubierto
en sus representaciones.
Salomé (1917) de Julio Romero de Torres |
Finalmente, respecto al desnudo, fue representado
desde la Edad Media sin que la Iglesia pudiera prohibirlo sin contradecir su
doctrina.
La fuente utilizada para la elaboración de este artículo ha sido el libro (en especial el capítulo IV) <<Patologías de la imagen>> de Roman Gubern ( Barcelona, Ed. Anagrama, 2004)
La fuente utilizada para la elaboración de este artículo ha sido el libro (en especial el capítulo IV) <<Patologías de la imagen>> de Roman Gubern ( Barcelona, Ed. Anagrama, 2004)
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